martes, 10 de marzo de 2009

La plaza del poeta


De las hojas de papel violeta

se corona la plaza.

El hombre sentado a la mesa

posee una singular afición;

escribe versos

observando los personajes cotidianos;

la chica de la noche triste,

el joven consumido durante

su trayecto helado,

una noticia de portada

hiere su fe en la humanidad.

Realmente es un hombre extraño,

con sus manos de orfebre

y su cabello cano.

Una cuartilla siempre le acompaña,

es su forma de oponerse al sistema.

Va esparciendo versos

según captura realidades,

para que habiten en otros espacios…

Es feliz allí, imaginando

al sol abrazando a las fuentes

en un idilio cálido y largo;

hablándole al mar de recuerdos y nostalgias.

Contemplando ensimismado

el bello edificio de las Aguas.

Busca el consuelo en la pequeña plaza,

cubierta ahora por un artesonado de madera

y luces que caen en cascada.

La enredadera se duerme en los bordes del tejado.

Abandona sus escritos

sobre la mesa.

Todo lo bello, ya está dicho.

Es quizás su vanidad

lo que lo lleva a sentirse poeta.

Cada día, el individuo de la barra

arruga y tira las cuartillas

como un trabajo añadido.

Ignora que el humilde poeta

detiene el pensamiento

buscando palabras precisas y sonoras,

pero ellas parecen alejarse

Sin explicaciones.

Los espías del tiempo lo arrinconan.

Se levanta despacio y sonríe

Su inquietud se transforma en recurso.

Hoy, en los saledizos de la memoria

se han dormido las palabras,

como las flores…

De las hojas de papel violeta

se corona la plaza.

Marisol Glez

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