De las hojas de papel violeta
se corona la plaza.
El hombre sentado a la mesa
posee una singular afición;
escribe versos
observando los personajes cotidianos;
la chica de la noche triste,
el joven consumido durante
su trayecto helado,
una noticia de portada
hiere su fe en la humanidad.
Realmente es un hombre extraño,
con sus manos de orfebre
y su cabello cano.
Una cuartilla siempre le acompaña,
es su forma de oponerse al sistema.
Va esparciendo versos
según captura realidades,
para que habiten en otros espacios…
Es feliz allí, imaginando
al sol abrazando a las fuentes
en un idilio cálido y largo;
hablándole al mar de recuerdos y nostalgias.
Contemplando ensimismado
el bello edificio de las Aguas.
Busca el consuelo en la pequeña plaza,
cubierta ahora por un artesonado de madera
y luces que caen en cascada.
La enredadera se duerme en los bordes del tejado.
Abandona sus escritos
sobre la mesa.
Todo lo bello, ya está dicho.
Es quizás su vanidad
lo que lo lleva a sentirse poeta.
Cada día, el individuo de la barra
arruga y tira las cuartillas
como un trabajo añadido.
Ignora que el humilde poeta
detiene el pensamiento
buscando palabras precisas y sonoras,
pero ellas parecen alejarse
Sin explicaciones.
Los espías del tiempo lo arrinconan.
Se levanta despacio y sonríe
Su inquietud se transforma en recurso.
Hoy, en los saledizos de la memoria
se han dormido las palabras,
como las flores…
De las hojas de papel violeta
se corona la plaza.